En el Torremolino(s) me siento como en casa. Creo que he ido unas 150 veces y nunca en plan “colación” (las idas al casino de la empresa o al de enfrente no son lo mismo), pero sí varias de “almuerzo”. Es un bar-restorán (no un restobar) a unos pasitos de la Alameda, al comienzo del Barrio Lastarria al que llegó antes de la onda y el divino anticristo, pero que aun así es más ondero que los bares lolocarones, museos, emporios y picás gays del sector.

Los completos son apoteósicos (sin pan amasado, pero si tostado, grandes y fresquitos), ricas papas fritas, la cazuela en ave y vacuno muy bien, si uno anda light pollito con surtida, y hace poco probé humitas que no quedan en deuda ($1.900 2 humas y un plato bien grande de chilena). Novecientos la escudo de mediolitro, el resto de los bebestibles deben andar por ahí y ofrecen cola de mono todo el año.

Pese a todo lo rico, la atención es mejor todavía. En particular Inés, quien con un inestimable cariño te hace sentir más casero que en el dulce hogar.

Torremolino (con la llegada de la onda hay quien le dice “torremolaino”, no me molesta)

Lastarria a pasos de Alameda, vereda oriente.

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